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Una chiquilina de amor

Hola a todos, 

Esta chiquilina que ven en la foto es la abuela de mi novio. De la familia de Diego, su mamá había sido mi preferida hasta que conocí a la abuela. Se llama Nieves, como casi todas las mujeres de la Rambla Honda. Ya les comenté en otro post que allí las mujeres se llaman “Nieves” y los hombres “Diego”. Llegó a los 92 años y nació en Almería; de pequeña, vivió una temporada en Barcelona y siempre recordaba el viaje en barco y que estudió en una escuela de monjas.

Era la mayor de 3 hermanas y cuando la abuela iba a Almería, todas se reunían en la rambla a conversar.

La abuela se casó a los 18 años porque así su novio se salvaba de hacer el servicio militar. Era lo que se acostumbraba a hacer en esa época para que los jóvenes no se tuvieran que hacer el servicio militar. Su esposo al final estuvo obligado a hacerlo.

Le pregunté cómo era la vida de casada y me dijo: “Pues ya ves tú, si había aceitunas se iba al campo a recogerlas y así…”

Su esposo murió a los 56 años y desde allí, la abuela siempre vistió de negro.

Tuvo tres hijos: Juan, José y Ana. Desde que se puso mayor, los tres hijos se organizaron para estar con ella por lo que Nieves pasaba una temporada en Almería con los hijos varones y otra temporada en Valencia con la mamá de Diego. Luego murieron los dos varones y la abuela se quedó fija con Ana.  

La abuela solo quería estar y vivir en la Rambla Honda, por lo que vivir en Valencia con su hija no le gustaba. Apenas llegaban ya ella estaba preguntando cuándo regresaban a Almería. Cuando le pregunté por qué no le gustaba estar en la casa de Ana en Valencia, me dijo que “Ella en la Rambla Honda salía de la casa y veía el cielo”. Decía que estaba harta de estar en la “chabola” (la casa de Ana) y de que no podía salir a ningún sitio. 

Decía que a los hijos “hay que darles leña” si se portan mal, pero que los suyos se siempre se portaron muy bien. 

Diego me contó que Ana y Nieves siempre estuvieron como perros y gatos, que luego no discutían tanto porque la abuela no tenía tanta energía, aun así, lanzaba sus comentarios ácidos de vez en cuando. 

Una vez, Ana dejó la puerta de la nevera abierta mientras nos mostraba algo y la abuela le dijo: “Si te parece cierras la puerta del frigorífero”. Ese día Diego y yo nos quedamos fascinados de lo “badass” que era la abuela.

Tampoco le daba pena decir cuando la comida estaba “regular” o echarle en cara al papá de Diego que no sabe ni poner la leña en la chimenea. Además, siempre se quejaba de que su té no sabía a nada, por lo que, la hora de la merienda era siempre una lucha por más cucharitas de azúcar. 

Cuando Ana iba a hacer la primera comunión, Nieves le dio huevo crudo batido con vino para que “le asentara el estómago”. Ana se pasó todo el camino en burro desde la Rambla Honda hasta la iglesia, vomitando. Desde ese día, la madre de Diego no come huevos. 

Hace años se tenía que haber operado de las rodillas, pero no quiso, por lo que se pasó la vejez con mucho dolor y al final de sus días, casi no podía caminar. 

La abuela siempre contaba que una vez vio un fantasma en de un hombre alto vestido de negro en la Rambla Honda. Desde allí, apenas se iba el sol, no salía de la casa hasta que se volvía a hacer de día. También tenía mucho miedo de las cosas paranormales y cuando le mencionabas la palabra “cementerio” le daban escalofríos.

Además, dormía muy poco y se levantaba muchas veces en la noche para ir al baño. Como no encontraba los botones de la luz, iba siempre bien equipada con su linterna y decía la mamá de Diego que las pilas de la linterna no duraban ni un día.

Cuando le preguntabas por su comida preferida, siempre respondía “lo que haiga”. Eso sí, tenía muy claro que le gustaban las gachas y las migas, pero hechas en la Rambla Honda con leña. 

La abuela recordaba siempre cuando iba al campo a recoger aceitunas y decía que lo que más le gustaba es cuando el árbol estaba cargado y ella agarraba todas las aceitunas con la mano. 

Tenía una expresión muy simpática: “¡Qué vida más traicionera!” para quejarse cuando se sentía triste. 

Le gustaba estar con todo el mundo y enterarse de lo que pasaba y si la dejaban sola, se molestaba. La madre de Diego decía que no se acordaba de nada, pero para mí era la más despierta de todos.

Cada vez que estaba en Valencia, yo sacaba tiempo para ir a conversar un rato con ella. Me resultaba super curioso que me reconocía a mí antes que a sus nietos y me regañaba cuando pasaba mucho tiempo sin verla. Además, cuando me despedía siempre me daba un besito en la mano y me decía que volviera pronto.

De Turquía le regalé una pulsera de ojos turcos e incluso en sus últimos momentos, preguntaba por su pulserita.

La abuela se fue apagando poco a poco. Tuvo la suerte de irse sin sufrir y rodeada de su familia.

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