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La importancia de ejercer nuestros derechos como consumidores

Hola a todos, 

Los que me conocen saben que soy siempre voy a luchar por mis derechos.

Cuando fuimos a Vietnam, tuvimos una malísima experiencia en Hanoi con una agencia de turismo con la que contratamos las excursiones a Sapa y Ha Long Bay. Allí, me cansé de reclamar y molestarme. Lo que me pareció increíble es que a todos los que estaban en la excursión de Sapa les había pasado lo mismo y se quejaban cuando hablaban conmigo, pero ninguno había hecho nada con sus respectivas agencias. Además, tuve que reclamar en el hotel porque la habitación estaba asquerosa y la ventana estaba rota, por lo que pasé la noche congelándome. 

En Hue también tuve que pelear en un restaurante porque nos querían meter dos entradas en la cuenta, en vez de una. Por lo que, llegamos a Hoi An un poco agotados del tener que estar reclamando.

Habíamos dicho que no íbamos a entrar a comer nunca más a un sitio que tuviera música y fue lo primero que hicimos. El hambre nos traicionó y nos metimos en el primer restaurante que encontramos que tenía el tecno vietnamita a todo volumen y una mesa llena de borrachos ¿Cómo se nos ocurrió siquiera sentarnos?

La camarera tenía las uñas de diez centímetros, hacía ruidos con los dientes y no hablaba inglés. El jugo que pedí estaba malísimo, por lo que lo probé y lo dejé entero. Diego, a pesar de mis advertencias de que no pidiera más comida occidental en Vietnam (había pedido una hamburguesa en Hue, estaba asquerosa y carísima), se pidió un “solomillo con papas fritas”. 

Le trajeron un micro pedacito de carne sobre una lechuga y sin papas. Diego se hubiera comido esa porquería, hubiera pagado y luego hubiera buscado otro sitio para comer de verdad. Yo, en el hastío de que me quisieran ver siempre la cara de imbécil por ser turista, le dije a Diego que no se lo comiera y que pidiera las papas fritas. 

La camarera nos dijo que no había papas y cuando le dijimos que no nos comíamos eso, dijo que las papas llegaban en 5min. Le dije a Diego que, si en ese tiempo no estaban las papas, dejábamos todo sobre la mesa y nos íbamos. 

Así hicimos, fuimos a donde estaba la camarera muy feliz cenando, le dijimos que le pagábamos la cerveza porque era lo único que habíamos consumido, y que nos íbamos. La chica intentó cobrarnos la totalidad de la cuenta, pero nos dimos la vuelta y nos fuimos. Eso sí, atentos por si los borrachos de la otra mesa nos querían caer a golpes.

Bajamos por la misma calle y encontramos un restaurante maravilloso donde comimos el resto de los días de nuestra estadía. Por lo que Diego estuvo feliz con la decisión que habíamos tomado y me daba la razón mientras se comía glotonamente una panqueca con manzana caramelizada. 

Si pagamos por algo, tenemos derecho a quejarnos. Si en un restaurante te ponen un plato que está malo, o pides que te lo cambien o no te lo comes y no lo pagas. Si en un hotel te meten en una habitación que no se adapta a lo que has visto en la web, te quejas y que te solucionen el problema.

Lo más fácil para la gran mayoría de las personas es conformarse ya que a nadie le gustan los enfrentamientos. También hay gente que no dice nada y luego pone la reseña negativa y con eso, se da por satisfecho. 

Vivir en España me enseñó a denunciarlo todo: al médico negligente, al banco que no funciona, a la empresa que me manda publicidad sin mi autorización, etc. En cambio, la mayoría de los españoles lo máximo que hacen es quejarse en el bar.

Un día llevé a un amigo venezolano a un sitio típico de paellas, fuimos a la zona del Palmar, que se supone que es de lo mejor. Lo primero es que el pan estaba frio, la paella muy aceitosa y los cafés, fríos. Piensen que por un pan te cobran 3 euros. La verdad es que no llamé al camarero para reclamar, pero les puse una mala reseña en Google y TripAdvisor. 

Tendría que habérselo dicho al camarero porque también hay que dar la oportunidad al restaurante de que arregle la situación. Si se esfuerzan en resolverte el problema, quizás no se merezcan tan mala reseña.

No reclamé ese día porque creo que, por inercia, tendemos a la pasividad y al conformismo.

El padre de mi novio nos contó que en Bankia le habían hecho el típico engaño para que hiciera un fondo de inversión, lo que trajo como resultado que perdiera casi 1000 euros. Cuando le dije que denunciara ante el banco de España y que les reventara las redes sociales, me contestó que “de algo tiene que vivir la gente”. 

Una vez con mi papá en Venezuela, estábamos en un restaurante y encontramos un insecto en el plátano asado. Le dijimos al camarero y se llevó el plátano sin darle importancia al asunto. Lo lógico sería que, o te den la comida gratis o te inviten algo para enmendar el error. Como no hicieron nada, nos fuimos. Lo increíble es que el restaurante estaba lleno y mi papá se lamentaba de que el resto de la gente, aunque los atendieran mal o la comida estuviera mala, seguían regresando al restaurante y que, por eso, nada mejoraba. 

Lamentablemente la mayoría de gente de comporta de esa manera, por eso tenemos el mundo que tenemos. 

Así como me despiden si hago mi trabajo mal, tenemos que exigirle a los demás que hagan su trabajo bien; al restaurante que sirva la comida como debe, que el hotel esté limpio, que el banco no me engañe, que el seguro no me suba la cuota todos los años, etc. Quizás el enfrentamiento o hacer una reclamación resulten un gasto de energía mayor, pero me queda la satisfacción de que estoy ejerciendo mis derechos y de que no me van a robar.

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