Hola a todos,
Hoy les quiero hablar de una de mis mejores amigas, a la que conocí en septiembre de 2014.
Durante ese año, estaba en España asqueada y harta de buscar trabajo para encontrar la misma porquería de siempre. Me salió la oportunidad de irme a trabajar a Italia por unos meses y no lo dudé. Yo quería irme a Bari, que era una de las posibilidades, pero me mandaron a Terni, un sitio del que no había escuchado en mi vida.
Cuando me notificaron el lugar de trabajo que me tocaba, me puse en contacto con la que sería mi jefa para que por favor fuera a ver personalmente los alojamientos que yo había preseleccionado por internet. Ella me dijo que le había gustado solo uno y procedí a hacer el contrato de alquiler para llegar directamente allí.
Alquilaría una habitación en un apartamento en el que ya vivía otra chica.
Cuando llegué a Terni entré en shock porque aquello me parecía un pueblo horrible. Hoy lo veo más objetivamente. Llegué al apartamento y me acuerdo de que me llamó mi papá y yo le decía casi llorando que me quería ir.
Luego de que se fue la propietaria, saludé a Violeta, mi compañera de apartamento. Nosotras hicimos conexión enseguida porque justo en ese momento recién salíamos de situaciones horribles y todavía teníamos mucha tristeza.
Violeta era super limpia y yo me sentía muy afortunada de que me hubiera tocado ella como compañera de apartamento. Incluso hoy en día sigo pensando que no pude haber tenido más suerte.
Un día le dije que aprovecháramos los fines de semana para irnos a conocer las ciudades que estuvieran cerca y un día agarramos el tren para ir a Spoleto, pero nos pusimos a contarnos la vida y nos pasamos la estación; terminamos en Perugia.
Ahora les cuento un poco de Violeta. Cuando tenía 19 años, sus padres arreglaron un matrimonio (esos tan típicos en las religiones musulmanas) con un chico que vivía y trabajaba en Italia. Se casaron en Albania y luego ella se fue a vivir a Italia con él.
Cuando le pregunté cómo se sentía el día de su boda ya que se casaba con un tipo al que no conocía, me dijo que en aquel momento, ella no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Una vez en Italia, ambos trabajaban y ella tenía que darle su sueldo al marido; no es que él se lo hubiera exigido, pero la presionaba tanto diciéndole las cosas que había que pagar, que al final ella se sentía obligaba a dárselo. Para colmo, como pasa en muchos matrimonios (no solo musulmanes), ella tenía que hacer absolutamente todo en la casa.
Por lo que, lógicamente, Violeta no era feliz. Además, durante los años que habían estado casados no habían tenido hijos y como siempre en este tipo de religiones, la culpa era de la mujer.
Ella decidió divorciarse y el marido le quitó absolutamente todo. Se quedó en la calle sin dinero, sin su ropa y sin su documentación. Afortunadamente, los dueños del restaurante en el que trabajaba la ayudaron y la acogieron en su casa hasta que pudo ahorrar para alquilar una habitación.
Hubiera podido mandar a aquel hombre a la cárcel, pero no quiso. Lo único que quería era no verlo nunca más.
Adicionalmente a esta horrible separación que tuvo que vivir, su familia le dio la espalda porque no está bien visto que una mujer musulmana se divorcie. Todos los amigos albaneses que tenía en Terni también dejaron de hablarle.
Así llevaba Violeta una época de tristeza y soledad. Seguía con conflictos con lo del divorcio porque el exesposo se había quedado el auto que estaba a nombre de ella y siempre le llegaban multas, por lo que seguía gestionando todo aquel problema con abogados.
El primer día que puse la calefacción en el apartamento justo llegó la dueña a enseñarle la habitación que quedaba disponible a un chico. Cuando llegó se puso histérica porque hacía mucho calor y se puso a decirme que, si le venía muy alta la factura de la luz, me la haría pagar a mí. En ese momento no le respondí como se merecía, pero cuando se fue me puse a insultarla con Violeta y nos moríamos de risa.
Imagínense que el chico que recién llegaba ese día luego ni salió de la habitación del miedo.
A partir de allí, Violeta me contó quién era la que nos alquilaba el apartamento. Dicen que la gente de Terni es muy interesada. Esta mujer era la típica ternana que, si le debías un euro, te iba a perseguir hasta el fin del mundo para cobrártelo. Además de esto, entre ella y la de la agencia de alquileres se habían aprovechado de Violeta y le habían sacado bastante más dinero del que correspondía por la gestión del alquiler.
Violeta pagaba 50 euros menos que yo por el alquiler, lo que era lógico porque ella alquilaba a largo plazo, pero la dueña le pedía “el favor” de que limpiara la casa siempre y las habitaciones cada vez que se iban los inquilinos. Cosa que me indignó mucho.
Luego de la discusión por la calefacción, una semana después la dueña mandó a su familia a meterse en el apartamento con la excusa de que iban a dejarle unos platos que no usaban a Violeta. Apenas entraron, se pusieron a tocar la calefacción y yo los saqué del apartamento armando un escándalo.
Violeta estaba roja de rabia, pero no decía nada ni se quejaba. Me decía que me tranquilizara y que hablaría ella con la dueña del apartamento.
Inmediatamente escribí a la agencia y a la dueña diciéndoles que nunca más quería ver a alguien en el apartamento sin mi permiso, porque si no las denunciaba con la policía. Además de esto, empecé a pagar las mensualidades con retraso para fastidiar a la dueña y darle donde más le dolía.
Ese mismo día, la mujer llamó a Violeta para hablarle mal de mí de acuerdo con lo que le habían contado sus familiares. Violeta le dijo que yo era un ser humano maravilloso, que ella estaba feliz de tenerme como compañera y que ni se le ocurriera hablar mal de mí.
Siguió nuestra amistad inseparable durante los meses que estuve allí.
En la siguiente foto pueden ver el cartel que Violeta puso en el baño porque el chico siempre dejaba todo el baño mojado y nunca contribuía a las labores de la casa. Cada vez que lo veía, Yo me moría de la risa.
Nos lo contábamos todo y fue super triste cuando me fui de Terni. Compré dos pulseritas, una para Violeta y una para mí, y le dije que nos darían suerte y nos ayudarían a salir de la mala racha que habíamos tenido durante los últimos años.
Hoy en día Violeta sigue siendo una de mis pocas amigas y aunque no nos veamos mucho, es una de esas personas que siempre tengo presente. Discrepamos en muchas cosas, sobre todo en lo de tener hijos porque ella ya lleva tres, pero nos apoyamos incondicionalmente.
Violeta me recuerda mucho a mi mamá porque es de esas personas que son tan buenas que ni el mundo ni la sociedad se las merece. Aunque muchas veces ella diga que la vida es una mierda, siempre tiene la certeza de que las cosas se van a arreglar.