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¿Por qué decidimos vender el apartamento de Diego?

Hola a todos,

Inicialmente yo tenía un apartamento en Valencia y Diego tenía el suyo en Almusafes. Mi apartamento estaba en la zona de Campanar y la ubicación era ideal; además, era interior por lo que prácticamente no había ruido.

Lo compré sin necesidad de pedir hipoteca, por lo que no tenía ninguna deuda. Podía vivir tranquilamente y ahorrar para viajes con mi sueldo de mil y pico euros al mes. De hecho, la gran mayoría de los españoles hubieran sido felices con eso.

Luego empecé a tener problemas con las vecinas. En ese edificio el 95% de los propietarios eran señoras de entre 70 y 80 años que estaban allí desde que se había construido. Estas señoras manejaban todo lo que se hacía y se decidía allí y había medidas tan absurdas como que todas las luces del edificio se pasaban la noche entera encendidas porque ellas tenían miedo.

Me di cuenta de que el administrador del edificio también tenía la misma edad y era íntimo amigo de estas señoras. Una tarde fui a hablar con él y me di cuenta de que era subnormal y de que en el edificio se iba a seguir haciendo lo que a esas señoras les diera la gana hasta que se murieran. Además, había una gestión oscura del dinero del edificio y el administrador se negaba a mostrarme las facturas o las actas anteriores de la comunidad.

Por lo tanto, puse mi apartamento en venta y mientras tanto lo alquilaba en Airbnb. No fue algo que me causara tristeza ni nada porque para ese momento ya había comprobado que España era un país en el que yo no iba a vivir por mucho más tiempo.

Tardé dos años en hacer la venta y me salió todo genial porque gané dinero con los alquileres vacacionales y con la venta. Además, me lo compraron unos padres para su hijo y se portaron de categoría. Como no necesitaban hipoteca, hicimos todos los trámites rápido y no tuvimos ningún problema para ajustar las cuentas respectivas a comunidad, luz, agua, etc. Tuve mucha suerte de encontrármelos y siempre los recuerdo con cariño y hasta admiración.

El edificio de Diego era bastante nuevo y cuando me fui a vivir con él, todavía quedaban varios apartamentos en venta.

Inicialmente solo molestaban los vecinos del lado derecho. Una pareja había comprado el apartamento, pero siempre había gente distinta. Lo peor era que los fines de semana durante el verano se metía un grupo de adolescentes y se pasaban varias horas con el trap a todo volumen y fumando droga en el balcón.

Aun así, era algo esporádico que no molestaba demasiado.

Luego los vecinos de arriba tuvieron un hijo y empezó la pesadilla. El bebé lloraba 24×7 y no estoy exagerando. Por lo que estuvimos más de un año sin poder dormir bien. Nosotros esperábamos que en algún momento cuando “Baby Satan” (así lo empezamos a llamar) creciera, dejara de llorar a todas horas, pero no fue así.

Adicionalmente, los padres de Baby Satan en vez de caminar normal, se la pasaban todo el día corriendo por la casa, por lo que era como tener elefantes saltando. En esos efímeros momentos en que no lloraba el bebé, se ponían a arrastrar muebles y a taladrar.

Con la cuarentena llegó lo peor…

Además del ruido que ya soportábamos, la señora de abajo que era medio sorda se pasaba el día entero hablando a gritos con el vecino de enfrente y por supuesto, el vecino del frente también gritaba. Esta señora también tiene apodo, pero no se los puedo decir.

Nuestro vecino de la izquierda, apodado “el drogas”, comenzó a trabajar remotamente y la gente venía a su casa a comprarle la droga. Por lo que por cada cliente estaban media hora hablando a gritos y riendo a carcajadas, con los respectivos portazos de entrada y salida.

Teníamos de un lado a los malandros con el trap, abajo a la abuela sorda gritona, arriba a Baby Satan y a la izquierda al que vendía drogas.

Aquí decidí poner el apartamento en venta y Diego aún no estaba muy convencido; además que no quería perder dinero con la venta.

Cuando se acabó la cuarentena pensamos que bajarían un poco los niveles de ruido, pero no fue así. De hecho, empeoró.

Vendieron el apartamento de la derecha. Se mudó una familia que era mucho peor que los malandros que eventualmente iban a fumar droga y escuchar trap.

Nuestra habitación estaba pegada a la cocina de ellos y la mujer se la pasaba desde medianoche hasta las 2 o 3 de la mañana cocinando, cerrando cajones, poniendo la licuadora y demás. Yo no podía entender cómo alguien se podía pasar hasta 4 horas abriendo y cerrando cajones. Además, a varias horas del día y de la noche se ponía a pelear a gritos con los hijos y con la madre y muchas veces también lloraban.

A esta mujer la apodamos “Cajoncita” por su afición de abrir y cerrar cajones. De hecho, le dediqué muchas canciones adaptadas a su estilo de vida.

Le llamamos la atención, pero no hubo ninguna mejoría por lo que nos tuvimos que llevar el colchón a la sala para poder dormir.

Eso no es todo, en ese apartamento vivían 5 personas que se pasaban el día entero entrando y saliendo, por lo que imagínense la cantidad de portazos.

En la esquina de la calle donde estaba el edificio, había un conjunto de máquinas dispensadoras. Cuando quitaron la cuarentena, en esa esquina se reunían todos los adolescentes malandros de Almusafes que compraban cosas de las máquinas dispensadoras y se quedaban toda la noche en esa calle bebiendo, con el trap a todo volumen, riendo a carcajadas y hasta gimiendo.

También hubo una época que, durante casi un mes, dejaron a un pobre perro en el techo de una de las casas y se pasaba el día y la noche enteros ladrando. Aunque la gente se quejaba, a nadie se le ocurrió llamar a la policía.

Apenas se pudo viajar en verano de 2020, empezamos a movernos por donde se podía por lo que pasábamos poco tiempo en el apartamento de Diego. Pero el poco tiempo que pasábamos, era una completa pesadilla. Lo último fue el verano de 2021 y a todo lo que les comenté anteriormente, se sumó otro perro que ladraba durante horas.

Diego que normalmente tiene mucha más tolerancia que yo, estaba asqueado de los vecinos, del edificio y de España. Estaba desesperado por vender el apartamento y agarrar el primer avión que saliera del país. De hecho, ya se estaba planteando perder dinero y quitarse el apartamento de encima lo antes posible.

Otra cosa es que el edificio era nuevo y parecía que estábamos en el Bronx. Las paredes cada día más manchadas y rotas, el piso chorreado de basura, en el garaje la gente dejaba la basura y los escombros por meses. La última vez que estuvimos allí, pasaron una circular porque había gente que se metía al garaje a tomar y lo dejaba todo lleno de botellas.

En julio 2021 cuando recién llegábamos de Portugal, una pareja visitó el apartamento y esa misma noche nos pidieron una rebaja porque querían comprar. Les hicimos una pequeña rebaja y quedamos a la espera de que tramitaran la hipoteca con el banco.

Pasó julio, agosto, septiembre y a finales de octubre asumimos que la venta no se iba a dar porque nos parecía imposible que un banco se estuviera tardando tanto para dar una hipoteca. Compramos el vuelo a México para inicios de noviembre.

Nos íbamos un martes y justo el jueves antes aparecieron los compradores para decirnos que les habían “aprobado la hipoteca”.

Estos chicos empezaron a pedir un montón de papeles y sin conocerlos, lógicamente no se los íbamos a dar. Fuimos al banco en el que ellos estaban solicitando la hipoteca y nos explicaron que el proceso había cambiado y que ahora el banco revisaba los papeles antes de dar la aprobación definitiva.

En 5 días tuvimos que hacer todo el papeleo con el banco, contrato de arras, mudanza para dejar todas las cosas en el garaje de los padres de Diego, hablar con el notario y dejarle todos los papeles a los padres de Diego y las instrucciones para la venta. Puro estrés.

Desde hacía varios meses yo ya había guardado todo lo que no se quedaba en el apartamento en cajas, pero aprovechamos para dejarlo todo en el garaje y así no tener que molestar a nadie al momento de la venta. También le habíamos hecho un poder a los padres de Diego por si la venta se realizaba cuando no estuviéramos en España.

A todo esto hay que sumarle la pérdida de tiempo teniendo que explicarle cosas a los compradores que ellos ya tenían que saber. Eran la cosa más tonta que se pueden imaginar; menos mal que para conceder una hipoteca no miden el coeficiente intelectual.

No tenían idea ni de las leyes, ni de los procedimientos, ni de nada. Tampoco eran capaces de investigar las cosas en internet. De hecho, a los días de haber firmado la venta, nos escriben porque llamaron para cambiar lo del recibo del agua y les habían dicho que tenía que llamar Diego e incluso nos pasaron sus datos bancarios.

Les respondí explicándoles que era evidente que la persona que atendió no tenía ganas de trabajar (típico en España), que nosotros obviamente no podíamos ni íbamos a llamar y que no le pasaran sus datos a gente extraña que no conocían. De verdad, ¿Cómo se les ocurre mandarnos por WhatsApp sus datos bancarios?

Este es el tipo de gente que uno no entiende cómo sobrevive en el mundo.

Aun así, gracias a ellos nos quitamos de encima esa pesadilla de apartamento. Días después de que habíamos vendido, llegó otra circular diciendo que en el tercer piso habían abierto los extintores y lo habían llenado todo de espuma. Cuando vimos las fotos, salía el padre de Baby Satan porque al parecer, lo peor había sido en frente de su puerta. No saben cómo nos reímos y nos alegramos de haber hecho la venta.

Así terminó esta historia con final feliz para nosotros y con el aprendizaje de que si en un futuro compramos una propiedad en la que vayamos a vivir y hacer nuestra base, tiene que ser una casa aislada y sin vecinos.

Para finalizar, aprovecho para agradecer a Artur por ayudarnos con la mudanza. Te queremos y te esperamos en nuestra nueva casa 🙂

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